miércoles, 8 de abril de 2009

El coraje de la democracia


El coraje de la democracia


Antes de ganar las elecciones del 30 de octubre de 1983, Raúl Alfonsín ya se había ganado las esperanzas y los corazones de la gran mayoría de los chicos que por primera vez podíamos expresar a quien queríamos como presidente.
“Con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”, recitó con energía contagiosa Alfonsín, aquella tarde en Córdoba, ante miles de personas que no sentíamos libres, respetados, representados. Y nos brotaron las lágrimas, llorábamos de pura emoción y contento, y el futuro era nuestro.
Pese a que mi familia era peronista, sentía, como muchos de mis compañeros de Universidad, que Alfonsín parecía superar los partidos. Con el coraje civil que mostraba nos animaba a creer en la democracia, una palabra nueva y hermosa que pedía nuestra participación.
Valentía le sobraba, coraje sin violencia, casi gandhiano parecía, pues desde la izquierda del radicalismo se atrevió a desafiar a la derecha armada y el 18 de diciembre de 1975, tres meses antes del golpe militar del 24 de marzo de 1976, fue uno de las que fundaron Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH). Esta asociación fue la primera creada en Argentina para hacer frente a los secuestros, torturas, asesinatos de aquella época.
En abril de 1982, tras la recuperación militar de las Islas Malvinas, Alfonsín fue uno de los pocos políticos argentinos que se opuso a lo que sería una guerra absurda. Expresó que la aventura del dictador Leopoldo Galtieri no respondía al patriotismo sino que perseguía el fortalecimiento de la dictadura.
El 10 de diciembre de 1983 Raúl Alfonsín asumió la presidencia de la Nación. Su gobierno enfrentó graves, inéditos problemas: la consolidación de la democracia y la difusión de la misma hacia todos los ámbitos de la sociedad; la relación con las Fuerzas Armadas; la inflación y una tremenda deuda externa. Fundamentalmente, tenía la tarea de cambiar una larga tradición de gobiernos militares y violencia política que llegó al extremo atroz del terrorismo de estado y la guerra.
La euforia democrática, ante los embates de los enemigos de siempre, se fue apagando. Pero la democracia aún vive. Enfrentando a los enemigos de siempre.
Murió Raúl Alfonsín. Valen las lágrimas. La lucha continúa.

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