lunes, 24 de mayo de 2010

Mojados de tristeza

Hoy, pero desde, ayer, llueve.

Sin parar, de a poco, mucho, constante,

y caminar en la calle es mojarse

pero quedarse bajo techo es triste

como recordar alguna carta de amor

que no mandamos nunca y olvidamos

hasta esta tarde de lluvia y frío adentro

de casa, del corazón, de los olvidos

que reaparecen suavemente crueles

como corresponde a las almas en pena

o a las palabras ahogadas en tormentas

desdichados naufragios de caricias

deseos que no conocieron el sol

pues nacieron de noche,

con frío y lluvia.

Darío Illanes

miércoles, 5 de agosto de 2009

Estremecida


Cuando estás y rozo sin quemarme los bordes de tus llamas, recorriéndote dulce, intensa, fugazmente, te albergo suavemente como el fuego consume la leña sin saber quien quema a quien.
Luego, en realidad, como siempre, te ausentas; y, como único sendero, me voy siguiendo tu mirada.
Entonces te sueño habitando mi sueño, y soy libre brillando como un ángel errante en tus latidos
Los cuales creo sentir nombrándome.
Tengo que amarte.
Aunque ser en vos duela.
Habitando en tu indiferencia
Pese a que me agonice hasta quemarte
estremecida en tu silencio.

jueves, 16 de julio de 2009

दोंदे नो pica

“El pastor Miguel Brun me contó que hace algunos años estuvo con los indios del Chaco paraguayo. El formaba parte de una misión evangelizadora. Los misioneros visitaron a un cacique que tenía prestigio de muy sabio. El cacique, un gordo quieto y callado, escuchó sin pestañear la propaganda religiosa que le leyeron en lengua de los indios. Cuando la lectura terminó, los misioneros se quedaron esperando.El cacique se tomó su tiempo. Después, opinó:- Eso rasca. Y rasca mucho, y rasca muy bien.Y sentenció:- Pero rasca donde no pica”.
Eduardo Galeano, “El libro de los abrazos”

Hice un alto en la redacción de una nota que hacía sobre un bebé abandonado en la puerta de una coqueta casa. Mientras preparaba el mate, escuché que una colega le decía al jefe de la sección, con cara de rigurosa científica social: "A los pobres no se les culpar de que se llenen de hijos. Son socialmente inimputables. Es genético-cultural lo que les pasa. Entonces, ¿qué se les puede decir que sean sucios y provoquen las inundaciones de las calles por la basura que tiran en cualquier lado? No tienen voluntad de mejora, no tienen sueños de mejoras, por eso dejan pasar las oportunidades de estudio y trabajo. No pueden pensar, por su pereza y facilismo".
El jefe, y otros periodistas recibidos en la Universidad Católica local, asentían con sus rostros graves. Desistí de intervenir. Sería otra discusión vana en la cual el “zurdo” ratificaría, para la mayoría de los empleados del diario, su ideología setentista.
El argumento era viejo pero se repetía como verdad revelada en el diario. La pobreza, aún la de nosotros con los sueldos miserables, era culpa de los pobres, de la mala estrella, de fatalismo natal. Los ricos son una especie diferente de gente: seres ungidos, escogidos por su especial condición y el destino.
Endulcé el mate pese a que me gusta amargo.
Continuó sin entender como colegas que escriben más o menos, pasaron por la universidad y sufren la pobreza, tienen tales ideas.
Volví a mi nota. Los compañeros callaron e hicieron lo mismo. Todos haciendo el diario del día próximo. Rascando donde no pica.

domingo, 12 de julio de 2009

Homenajeados

Al anochecer del día que llegaron a Comandante Perdido, los dos jóvenes forasteros fueron invitados a un asado, el cual haría el cura Pedro y asistirían tres familias. Las dos chicas deseadas por los mochileros estarían allí, averiguó Enrique.
La cena sería en la casa parroquial, que en su amplio fondo disponía de un quincho techado con parrilla y dos mesas de robusta madera para doce personas cada una. Claudio se ofreció para hacer el fuego y asar la carne, pero el cura lo detuvo.
- Ustedes dos están invitados, así que, disfruten. Además, tienen que conocer como hacemos los asados nosotros – sonrió.
- Bueno, Padre; pero si hay algo que necesite, diganos, pues no queremos parecer unos vagos cómodos – advirtió Enrique.
- ¿Saben que me gustaría?
- Diga nomás – contestó Claudio.
- Que se vayan a la pieza donde van a dormir y preparen los temas que van a cantar con la guitarra. ¡De esa no se salvan!– aseguró.
Ambos marcharon al cómodo cuarto que les habían preparado. Claudio sacó de la funda su vieja guitarra y comenzó a afinarla. Ernesto se recostó en la cama, pensativo.
- Che, ¿a vos no te asusta tanta amabilidad?, le preguntó a su amigo.
- La verdad, no. Sospecho que en algún momento nos drogarán y luego seremos víctimas de algún ritual satánico, pero hasta tanto la pasaremos bien; en esas prácticas siempre hay doncellas que se ofrecen a los consagrados, que somos nosotros, así que después de tanta sequía sexual, mal no nos va a venir...
Se rieron y ensayaron algunos temas. A juicio de Claudio, debían cantar folclore, sin nada de canciones para militantes de izquierda o poemas músicales. “Nos portemos bien. No asustemos a nadie”, fue la consigna que se impusieron.
Las dos mesas fueron insuficientes. Alrededor de cincuenta personas se distribuían por el quincho y el fondo de la casa. Entre todos se distinguían, para los changos, Rebeca y Marcela. Ernesto se arrimó a la primera, aunque su amiga no se le despegaba. Claudio fijó su mirada en la enigmática Rebeca, quien esbozó una tenue mueca que pareció una sonrisa. Y regresó a charlar con mujeres mayores. El cura, con ayuda del padre de las hermanas y Rómulo, comenzaron a sacar la carne de las brasas. Parecía una fiesta de fin de año o un casamiento, por la cantidad de comida y comensales. Pese a que los recién llegados comieron como hambrientos, a nadie le faltó nada. Cuando todos parecían satisfechos y unos pocos, entre ellos los mochileros, masticaban ya con desgano, el sacerdote pidió silencio y alzó su vaso de vino.
- El primer milagro que hizo Jesús, cuando pocos conocían que era hombre pero hijo de Dios, fue en una fiesta, en un casamiento. Todos sabemos, algunos más que otros lo sufren – y miró pícaramente a algunos hombres a su alrededor – lo que significa que en el medio del festejo se acabe el vino. Jesús compartía esa alegría y notó esa falta; entonces transformó el agua que había en los recipientes en el licor de la uva. Nosotros hoy compartimos una fiesta. Hemos bendecido la comida que el buen Dios nos dio. Ahora vamos a brindar por el motivo de esta reunión: Enrique y Claudio están con nosotros. ¡Salud!
Ambos se miraron asombrados y la sangre inundó sus rostros.

jueves, 4 de junio de 2009

Homicidio culposo

Homicidio culposo

Luego de bastante tiempo
pendiente de tu invariable indiferencia
matizada con mis ridículas reapariciones
como las permanentes compañías de poses
y frases de circunstancia tan trilladas como vacuas
nos hemos encontrado en la certeza de la mutua mentira
la esquina de la excusa y el hastío.
Del fatal impacto
sólo la melancolía
busca algún fantasma.

miércoles, 8 de abril de 2009

Farsa trágica


Farsa trágica

El sargento Barreiro nos recorrió con mirada altiva y socarrona a cada uno de los 70 conscriptos que estábamos parados, en posición militar firmes, frente a él y a sus dos ayudantes. Hacía calor, el sol quemaba y ya llevábamos tres horas parados en la misma posición, esperándolo, como nos había ordenado un cabo que debía tener un año menos que yo pero que se creía Menéndez. Mantuve mí mirada fija al frente sin demostrar ninguna emoción, aunque por dentro me provocaban repulsión esos hombres disfrazados de verde que parecían gozar de vernos transpirados, agotados, temerosos.
Era el primer día en el Escuadrón de Exploración de Caballería Aerotransportada 4, en el predio de La Perla, en las afueras de la ciudad de Córdoba, camino a Carlos Paz. Recién había comenzado el otoño de 1981.
- ¡¿Así que ustedes son los nuevos reclutas?!- dijo Barreiro, remarcando la última palabra con sobreactuado desprecio.
- Desde ahora, son míos. Yo los voy a convertir en paracaidistas, y si alguno no sirve, entonces va a terminar allá detrás –y señaló con la pistola 11.25 que había desenfundado hacia el fondo del cuartel, en dirección Norte- en donde están pudriéndose los subversivos maricas que yo mismo maté, ¡con estas manos!. ¡Porqué el que no es milico, es alimento de gusanos!
Así nos enseñaron en aquel entonces quienes eran nuestros enemigos: subversivos y civiles, en ese orden. Y también que donde estábamos había sido hasta pocos meses antes un matadero y parque temático de tormentos para cualquiera que pensara distinto.
- Porque si no los mató antes, ¡ustedes se convertirán en la elite de las fuerzas armadas, en los paracaidistas de la Gloriosa Caballería del Ejercito!- remarcó el sargento.
Recordé mis ganas de ser aviador militar, y la admiración infantil hacia los guerreros de la Patria, y la noche que entraron a mi casa, a las patadas, tipos mal vestidos y barbudos que nos apuntaron con sus fusiles FAL, incluso a mi hermanita que tenía tres años y uno de ellos se identificó como capitán Cáceres y se llevó a mi viejo. Recordé que días antes habíamos enterrado gran parte de la biblioteca que teníamos y la renguera y la cara de tristeza y dolor de papá, un ex delegado ferroviario, cuando volvió a casa, una semana después, y su silencio sobre lo que había pasado, silencio que nunca, hasta la actualidad, abandonó.
Faltaba poco para el verano de 1981 cuando llegó la orden de aprestarnos para entrar en combate contra los chilenos. Había cambiado nuevamente la hipótesis de conflicto.
Ya no estaba en La Perla, pues en una ocasión que Barreiro me había castigado estaqueándome día y medio y tras “bailarme” después más de una hora, estando tirado boca abajo, agotado, me pateó el costado. Le agarré la pierna y lo tiré al polvo. En vez de consejo de guerra por insubordinación, por “cuestiones de apariencia” me mandaron como asistente del jefe del barrio militar General Deheza.
En otoño de 1982, el teniente coronel a quien servía me dijo que había decidido que yo no me sumaría a los aprestos militares que comenzaban al otro día. Recién el primero de abril de 1982, a la noche, mi jefe me llamó para decirme que las Fuerzas Armadas recuperarían las Islas Malvinas. Y que después de la Aviación y la Armada, irían los paracaidistas. Sin pensarlo le dije que quería combatir. El era un buen hombre, confinado a la administración porque, según se comentaba, se había negado a usar el poder del Estado armado contra los civiles. Admiraba el amor que le tenía al Ejército y su rectitud. En alguna ocasión comentó que veía en mí dotes para un buen oficial, “pero no en esta época”.
- Esto es una farsa. ¡Dios quiera que no termine en tragedia! –dijo lastimosamente. ¡Y usted se queda acá! – me ordenó.
Al otro día, por primera vez desde que la selección argentina había ganado el Mundial de fútbol, en todo el país salieron a festejar.

El coraje de la democracia


El coraje de la democracia


Antes de ganar las elecciones del 30 de octubre de 1983, Raúl Alfonsín ya se había ganado las esperanzas y los corazones de la gran mayoría de los chicos que por primera vez podíamos expresar a quien queríamos como presidente.
“Con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”, recitó con energía contagiosa Alfonsín, aquella tarde en Córdoba, ante miles de personas que no sentíamos libres, respetados, representados. Y nos brotaron las lágrimas, llorábamos de pura emoción y contento, y el futuro era nuestro.
Pese a que mi familia era peronista, sentía, como muchos de mis compañeros de Universidad, que Alfonsín parecía superar los partidos. Con el coraje civil que mostraba nos animaba a creer en la democracia, una palabra nueva y hermosa que pedía nuestra participación.
Valentía le sobraba, coraje sin violencia, casi gandhiano parecía, pues desde la izquierda del radicalismo se atrevió a desafiar a la derecha armada y el 18 de diciembre de 1975, tres meses antes del golpe militar del 24 de marzo de 1976, fue uno de las que fundaron Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH). Esta asociación fue la primera creada en Argentina para hacer frente a los secuestros, torturas, asesinatos de aquella época.
En abril de 1982, tras la recuperación militar de las Islas Malvinas, Alfonsín fue uno de los pocos políticos argentinos que se opuso a lo que sería una guerra absurda. Expresó que la aventura del dictador Leopoldo Galtieri no respondía al patriotismo sino que perseguía el fortalecimiento de la dictadura.
El 10 de diciembre de 1983 Raúl Alfonsín asumió la presidencia de la Nación. Su gobierno enfrentó graves, inéditos problemas: la consolidación de la democracia y la difusión de la misma hacia todos los ámbitos de la sociedad; la relación con las Fuerzas Armadas; la inflación y una tremenda deuda externa. Fundamentalmente, tenía la tarea de cambiar una larga tradición de gobiernos militares y violencia política que llegó al extremo atroz del terrorismo de estado y la guerra.
La euforia democrática, ante los embates de los enemigos de siempre, se fue apagando. Pero la democracia aún vive. Enfrentando a los enemigos de siempre.
Murió Raúl Alfonsín. Valen las lágrimas. La lucha continúa.

martes, 31 de marzo de 2009


Exótica

Los pétalos de tus besos no caerán sobre mí, sino cuando tu tibio costado anhelante sea cubierto con las interminables caricias que habitan mis dedos y pensamientos. Es posible que los días de fantasmas taciturnos se nos huyan. Que los silencios se hagan colores que busquen reventar en nuestras bocas. Entonces querremos cantar las mismas canciones, los latidos saboreando ternuras inesperadas, del mismo modo que cuando crece una mañana alegre. Así sentiré tu presencia tímida y enamorada. Como semilla abriendose con el sol.
Al terminar de leer el poema que te había entregado, lentamente fuiste levantando tu mirada hasta dejar tus ojos fijos en los míos. Tuve miedo.
Estábamos solos en la pequeña pieza de casa prestada. La ventana estaba abierta, con las cortinas blancas que impedían observar desde afuera, por lo que llegaban los sonidos de afuera. Debían ser pasadas las 18, pues se escuchaba a los chicos que volvían de la escuela. Para mí eso significaba que en pocos minutos más te levantarías de la cama, te vestirías con el uniforme y regresarías a tu casa. Habíamos pasado otra tarde amándonos del extraño modo que nos amábamos. Sintiendo yo en mi piel maravillas y terror. Sintiéndote a vos furiosamente dulce, dándome orgasmos desde tu distancia.
Desde aquella primera vez que me dijiste que querías conservar tu virginidad, nunca más volví a intentar penetrarte. Obviamente, fue como si mi cuerpo estuviera a punto de estallar como una manguera apretada con el grifo abierto, pero interpreté que tus dieciséis merecían de mí, con mis veintisiete, esa consideración. Además, estabas desnuda al costado de mi cuerpo desnudo, y no bien terminaste de hacerme ese insólito pedido sentí que tu lengua se hundía en mi boca y luego, lentamente descendiendo, llegaba a mi pija parada.
Te movías sobre mí y comencé a besarte mojándome en tu piel que sudaba como miel, y fuimos dos bocas y lenguas y dos pares de manos explorándonos sudores y gemidos. Creí natural rozar con mi hombría tu redonda, firme delicias. Y fueron tus dedos quienes abrieron tu suave secreto trasero.
Debo haber perdido mucho peso aquella tarde. El dolor de ambos por la infrecuente entrada culminó en sucesivos espasmos en vos, en uno de los cuales sentí que me hundía en el fondo de tu alma, o la mía. Cuando abrí los ojos, me sonreías. Y comencé a amarte o condenarme.
Tres meses habían pasado de aquella tarde de salvaje pasión. Me había acostumbrado a ver tu uniforme de colegiala tirado sobre el piso, como tu espalda ofrecida como flor. Todos los jugos que pudieron dar nuestros cuerpos fueron probados por nuestros labios, mientras que no quedó ninguna porción de nuestros cuerpos sin recorrer por las innumerables caricias que nos dispensamos sin límite ni freno.
Pero sufría sus ausencias como un adicto en abstinencia. Y pese a que nunca más ni siquiera insinué penetrarla, deseaba eso como hambriento, me sentía incompleto, la sentía con ausencia de mí.
Creí que el problema era que se sentía insegura de mí. Tal vez por que lo nuestro había comenzado como un levante en la calle, tal vez por que sabía que venía de viajar por diferentes lugares, y le había confesado que necesitaba continuar viajando. Tal vez por que pensara que sólo me interesaba el sexo.
Pensé que debía decirle que la amaba.
Por eso aquella tarde, cuando ella cerró la puerta y comenzó a quitarse su uniforme, la detuve. Generalmente, tras un llamado por teléfono, la esperaba desnudo. Ella sabía que me encontraría de ese modo, y se había tomado la costumbre de desnudarse, y de ese modo conversar hasta volver a amarnos como posesos, con la salvedad de su virginidad vaginal.
Le pedí que se siente sobre la cama y que me escuchará. Sonriente, comenzó a desprenderme el pantalón. Sus dientes perfectamente alineados brillaban como breves cascadas blancas. Era hermosa. Dos mechones de su pelo negro bajaban voluptuosos por sus pómulos redondeados del color de la miel espesa. Sonriente, lentamente pasaba su fina lengua sobre unos labios carnosos, encerrados en una pequeña boca. Sus ojos azabache desprendían la misma mirada entre pícara e inocente. Comenzó a desprenderse la camisa blanca. Como otras veces, no llevaba corpiño, sus pechos llenos saltaron ante mis ojos. Para no besárselos, como otras veces, puse mis labios sobre su nariz respingada.
Dije que la amaba, que deseaba casarme con ella, que debía sentirse segura conmigo, y que era suyo.
- Quiero darte todo lo que soy, amarte entero, que me des todo de vos
Me miró fijamente. Recién en ese momento me di cuenta que nunca me había mirado. Cuando reía movía su cabeza para todos lados y cubría sus ojos con el pelo que le tiraba hasta la cintura. Cuando nos agitábamos en la cama, me abría todo, menos sus ojos y su vagina.
Luego de mis palabras comenzó a llorar.
No me dio tiempo a reaccionar. Se abrochó la camisa, recogió sus útiles, mi poema, y se marchó.
Dos años después, antes de irse del país, me mando una carta con una foto donde se la veía desnuda, con dos hombres de igual modo, entrando por los lugares correspondientes.
Supe, por internet, que como atracción latina, baila en un club nocturno de Ámsterdam.

Creo que desde que promediaba diez años comenzaron a habitarme desordenados deseos. Eran sensaciones muy puras, vistas a la distancia: la mirada suave, angelical, de la señorita Marta, maestra de quinto grado; las piernas detenidas en el guardapolvo de Marcela recorriendo mis desvelos; el rostro pecoso y sonriente de la dorada Patricia; las palabras ocasionales de Sandra para pedirme prestado un lápiz; los silencios de María.
Ellas me llevaron a una agridulce sensación que me movía la panza, en ese entonces, sin reconocer de que se trataba.

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Carolina tenía 16 años y se trataba de una adolescente preciosa, pero lo recomendable era admirarla desde lejos. La chica, sin saberlo ella, era una bruja. A veces, cuando necesitaba caricias, su voz semejaba un murmullo sensual, mejor digo, un ronroneo de gata. La única certeza del origen de su alma perdida era el insistente deseo de dominio que la habitaba, destino oscuro que la conducía inexorablemente hasta mis deseos.

jueves, 12 de febrero de 2009


15 de muerte


Esteban se sentó frente a los jueces y sonrió, bajando la mirada. Quienes lo conocían sabían que estaba asustado. Muy pocas veces sonreía sino era para burlarse, mirando fijamente a los ojos de la víctima ocasional de sus bromas crueles. También era la primera vez que lo veían vistiendo saco y corbata. Estas fueron las únicas sorpresas. Delante del tribunal que juzgaba al hombre que había matado de un balazo en la cara a Luis, de quince años, Esteban, sin pudor ni titubeos, reiteró la misma historia que había contado cinco años atrás, cuando el tenía16 años. La historia que inventó para su conveniencia y que obligó a sus cómplices de aquella noche a repetir. Una historia donde todos conocían el final, fatal, pero que sólo Luis y Esteban conocían en sus detalles. Una historia falsa.
Los padres de Luis, Carlos y María, eran vecinos de los padres de Antonella, Carlina y Lucía, de 19, 16 y 14 años. Según Alejandra, esposa de Antonio y madre de las chicas, después de la tercer hija habían dejado de buscar el varón, y las nenas, como decía ella, desde niñitas habían convertido al hombre de la casa en un héroe: alto, enérgico, apuesto a sus cuarenta y dos años, mirada recia y tierno como un cachorrito de perro Labrador cuando jugaba con sus hijas. Antonio, frustrado aviador militar que dejó la Escuela de Aviación un año antes de recibir el grado debido al embarazo de su novia de 16 años, justificaba sus ternuras familiares diciendo que además del honor la sangre obligaba: “A mi mujer nunca le regalé rosas ni anduve con ella de la mano por la calle; esas mariconadas pueden volverse en tu contra si la pareja, hombre y mujer unidos por el azar, se separan. En cambio, mis hijas y yo estaremos juntos hasta la muerte. Con ellas el cariño no es flojera sino formación de sus templanzas”. Naturalmente, con ellas era posesivo y celoso. La mayor, estudiante brillante en el segundo año de la carrera de Abogacía en la Universidad Católica, luego de un año de súplicas a su padre, había logrado que el joven del cual estaba enamorada la visitase los sábados a la tarde en su casa. Otros encuentros eran imposibles pues su padre la llevaba y traía desde los claustros, tenía prohibido los bailes o salida con amigos y cualquier actividad social debía realizarla en la casa paterna. El problema para todos, padres, mujercitas, amistades y pretendientes radicaba en que las tres muchachas eran preciosas.
Antonio se había convertido en el hombre más odiado por los muchachos que conocían de algún modo a sus bellas hijas. Los chicos tenían entre 14 y 24 años, contando entre estos a vecinos, compañeros de escuela, facultad, institutos de dibujo, inglés, danzas clásicas e incluso primos. El más benévolo de ellos puteaba al jefe de familia en silencio; la mayoría quería verlo muerto, pero ninguno se atrevía a desafiarlo.
A fines de julio, llegó un cartero a la casa de los padres de Luis llevando un sobre rosa. En primorosa letra románica hecha a mano el remitente decía “Lucía”. Era la invitación a su cumpleaños de quince, en su casa.

(continúa)

miércoles, 11 de febrero de 2009


Mala nota


Horacio conoció a Luciana en la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Córdoba.
Su belleza, que consideró completamente inabarcable, le dolió hasta en sus ausencias. Físicamente entendió que se trataba de la consagración de la mujer perfecta. Su presunción se confirmó al conocer que había ganado todos los concursos de chicas hermosas en los que llegó, llevada por sus padres. Los importantes contactos de éstos lograron que luego de presentarse al certamen de Miss Argentina, donde obtuvo la corona de primera princesa, a los 16 años, comenzase a aparecer en las revistas promocionando la lencería fina de una multinacional. Ellos eran ricos, por lo que no perseguían dinero con las actividades en la que envolvían a la preciosa hija; sólo lo hacían por vanidad.
Paradójicamente, Luciana había resultado, desde que a los trece años floreció como una adolescente sobrenaturalmente hermosa, alta y misteriosamente distante, en una joven sencilla, humilde y tímida como una campesina. Pese a la temprana conciencia del impacto visual que provocaba, no le agradaba demasiado que se le diese tanto valor a sus rasgos preciosos y formas armoniosas. Estaba persuadida que las ideas eran mucho más bellas, interesantes e incluso eternas. Esta precoz certidumbre la convirtió en una voraz y desordenada lectora de novelas de autores clásicos, poesía e historia argentina.
Poco antes de cumplir dieciocho años, Luciana apareció, con una camisa celeste y una discreta falda azul, en la primera clase de Introducción a la Filosofía. Sin proponérselo, desairó con su suave silencio, todas las vanidades, envidias, miradas.
Horacio sintió que el percibía algo más que su deslumbrante, obvia, belleza.
Su presencia visual no llamaba la atención ni siquiera de las moscas, pero a fuerza de frustraciones sentimentales aprendió a desenvolver un seductor modo de expresarse, por medio de cierto aire bohemio, intelectual, y discretamente apasionado para defender sus ideas, con el cual lograba, con mucho esfuerzo, atraer momentáneamente la atención de alguna desprevenida muchacha.
Tras algunas oportunas intervenciones reflexivas en clases, excelentes notas en los primeros prácticos, y la fortuna de ser incluído por el profesor en el grupo de estudio de Luciana, logró que ésta repare en él como algo distinto al paisaje universitario. Horacio sedujo, por su lucidez intelectual y su refinada sensibilidad para sintetizar los principios acerca del amor en “El banquete” de Platón, a las tres chicas hermosas que conformaban el vistoso entorno de Luciana.
Esta rompió suavemente el silencio con el que lo había escuchado, mareándolo con su mirada profundamente azul, para invitarlo, junto a las otras compañeras, a la casa de sus padres, con el explícito objetivo de estudiar para el examen parcial.
Horacio llegó caminando a la descomunal casa en el medio de tres hectáreas de parque donde vivía Luciana.
Aquella tarde, el muchacho se esforzó como un náufrago para conmover los costados de la belleza. En lo que fueron breves cuatro horas, desenvolvió pretendidas miradas profundas, intensas, desamparadas. Palabras enérgicas, dulces, exquisitas. Antes que aparezca el primer lucero de la noche, Luciana concluyó la jornada elogiando su inteligencia, tras lo cual llamó al chofer y le ordenó, cortés y secamente, que lo llevase a su domicilio. “Gracias por ayudarnos”, le dijo antes de darle un fugaz beso en la mejilla derecha. El parco empleado lo dejó en la vereda de la pobre pensión en donde mal dormía.
Una semana después del parcial, conocieron las notas. Luciana y sus compañeras aprobaron con diez. El apenas logró un siete.
Por comentarios se enteró que las otras chicas divulgaron que “el muy tonto se enamoró de la persona más inalcanzable”. Las palabras más benévolas que escuchó acerca de él fueron “tonto” e “iluso”.
Otros comentarios usaron conceptos mucho más despreciables.

Alana


Alana se fue de todo lo que conocía , no porque le faltaran espacios para sus sueños de alegrías y triunfos, sino porque le sobraban lugares donde reconocía sus ínfimas derrotas.
Un dormitorio compartido, esquinas amargas, las esperas para el baño, los gritos malhumorados en el desayuno, o el almuerzo, o la merienda, o la cena.
“Empezaré otra vida”, se dijo, y fue a conocer dichas no contadas y desdichas anunciadas.
Cuando percibió que los éxitos terminaban al enfrentarse con las antiguas derrotas, devenidas larvas gigantes en los sueños, le colocó candado a los recuerdos, a todos.
Alana se fue de todo lo que conocía, hasta de la memoria. Y logró dejar de ser ella.

martes, 3 de febrero de 2009

Se fue

Alana se fue de todo lo que conocía , no porque le faltaran espacios para sus sueños de alegrías y triunfos, sino porque le sobraban lugares donde reconocía sus ínfimas derrotas.
Un dormitorio compartido, esquinas amargas, las esperas para el baño, los gritos malhumorados en el desayuno, o el almuerzo, o la merienda, o la cena.
“Empezaré otra vida”, se dijo, y fue a conocer dichas no contadas y desdichas anunciadas.
Cuando percibió que los éxitos terminaban al enfrentarse con las antiguas derrotas, devenidas en larvas gigantes en los sueños, le colocó candado a los recuerdos, a todos.
Alana se fue de todo lo que conocía, hasta que sin memoria, dejó de ser ella.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Qehuar


Qehuar

El hambre del hombre está donde su desafío.
El aire del hombre donde le falta.
El cóndor vuela lejos del inalcanzable deseo, más allá de la mano torpe que fría muestra fría la torpeza del hombre chiquito.
Y el aire deshilachado, parecido a los miedos de la primera vez de todo, cuándo besar una mejilla era tan complicado como alcanzar las moras de la rama más alta.
Inalcanzable, ahogado, hasta donde llega la mirada .
Entonces, subí sobre la piedra antigua, hasta donde el cielo empieza, termina, se me iba.
Lejos de todo, hasta de mi cordura.
Piedra tras la piedra, sangre que ahoga recuerdos, sudor frío, sed de nube, cercanía de alientos lejanos que me salvan de la tristeza, la locura, la muerte.
E hice del silencio la esperanza.
Del mineral la dulzura. Del segundo ahogado, la eternidad de la vida cuando sube, cuando entra donde nacen las aguas, las bellezas, el alma, las lágrimas. Todas las alegrías.
Entonces, Dios. Entonces, cada uno de mis tres niños; entonces, el alma de la mujer que amo. Metro a metro, paso a paso. Ahogo tras ahogo. No caímos. No caí.
En la cumbre. Con todos.
En la montaña inalcanzable, sagrada, lejana. Dentro de mi.


Volcán Qehuar. Salta. Noviembre de 2003

jueves, 11 de diciembre de 2008

Ternuras solitarias



Cuando Inés frente al espejo alisó su pelo, tocando con sus temores los deseos que soñaba, no sabía, no podía saberlo, que alegrías y broncas de varios tiempos jugaban por algún lugar dentro de ella.
Aquella madrugada David se encontraba detrás de ella, en el living de su departamento, callado ,contando los pasos de ida y vuelta entre una pared y otra. Se le ocurría el único estúpido modo con el que distraer sus fantasmas locos y ebrios que querían ahogarse desde hace tiempo en las cloacas. Había ido a buscarla, luego de dos meses de silencio. La última vez habían sido felices, salvo que ella, en uno de sus palabras de placer, había mencionado un nombre que no era el suyo. Nombre de mujer. Su nombre.
Aquella noche, ambos evitaron mirarse, pensarse, sentirse. Ella con su pelo. El con sus pasos.
Recordaba que la piel de Inés olía como los cerros verdes mojados por las caricias de rocío que la luna dejaba, era la misma que luego del deseo había sentido en su lengua seca, antes de comenzar a contar las baldosas.
Su pecho me envolverá como el aire de su tierra, se dijo, y quisiera esconderme en su pecho para sofocarme en su aliento, sintió Inés en su costado, antes de encender la música para aturdirse.
Luego se fue del departamento, sin despedirse. Por la ventana, David vió cuando la muchacha subió a la moto, mirando hacia arriba, mientras su pelo era invadido por el humo. Días más tarde, le escribió que sintió un gusto agrio y dulce en sus labios. Nunca más se volvieron a ver.
Aquella noche, David hizo el amor con el demonio y besó el fuego entre piernas heladas. Por última vez dijo sus nombres, el mismo de mujer.
La ternura durmió sin ninguno los tres.

domingo, 7 de diciembre de 2008



El desenfado y la tristeza

De pronto me siento ridículo. Aún con la corbata al cuello, con los lentes puestos y el bolso colgado al hombro, estoy dentro de un boliche bailable.
Si desubicado es presentarse de tal modo en cualquier local nocturno, la sensación de absurdo se incrementa pues donde me encuentro el dancing es de travestis.
En realidad, me sentiría desprotegido si no hubiera entrado vestido de esta manera. Es mi auto impuesto uniforme de periodista, y de tal modo me presenté en la boletería explicando –aunque al patovica poco le importó- que buscaba una nota sobre los travestis. “Adentro hace lo que quieras, pero acá pagá la entrada”, dijo sin rodeos. “Claro, sólo quería decirles quien era”, le contesté a quien no me escuchaba.
Una semana atrás había logrado entrevistar a tres travestis en las calles alejadas por pocas cuadras del centro. Estaban de levante y el espacio público, luego de un pudor inicial, me dio cierta seguridad. El auto del diario estaba al lado, con el chofer al volante, el fotógrafo al lado mío y tras identificarme y algunas bromas, logré distraer sus búsquedas por algo menos de diez minutos, hasta que los clientes llegaron, abrieron las puertas de los caros vehículos que manejaban y se marcharon. Una de ellas, “Lulí”, me sugirió que el jueves a la noche podíamos hablar “tranquilos” en el boliche. Allí estaba. Inseguro, indefenso, sintiéndome ridículo. El lugar me parecía exclusivo de ellas, pues así las veía, y de quienes deseaban compartir momentos con sus despampanantes cuerpos. La sensación de falta de pertenencia era total.
Mientras sufro, miro alrededor. Hay pocos hombres, al menos vestidos como tales. El lugar está poblado, estimo, por alrededor de 100 siluetas femeninas. Casi todas son figuras esculturales. Mucho gimnasio, mucha dieta y siliconas han dado por resultado pechos firmes, cinturas finas, piernas largas. En algunas caras presumo cirugías plásticas, pues las narices son acabados dibujos respingados, los pómulos altos, las facciones delicadas.
La visión es perturbadora. Cualquier varón hecho y derecho no puede menos que apreciar, como lo hago, de que los cuerpos son casi perfectos, parecidos a los de las pulposas chicas que se venden en las tapas de revistas. Pero son hombres que han decidido, bisturí y sudor mediante, mostrarse, vivir y amar como mujeres y como hombres, si cabe. No se trata de hombres que se visten de mujeres. No son gays orgullosos de sus cuerpos de hombres. Travesti es el nombre genérico para describir al transexual aparentemente satisfecho de sus producidas formas femeninas.
Definir esto ayuda a mi conciencia de heterosexual que se precia de tolerante, pero mis cavilaciones son interrumpidas por tres chicas que se acercan contoneado sus caderas.
Jazmín, Karina y Ayelén se presentan, y sus voces demuestran que no son mujeres desde la cuna. Karina, un metro ochenta y con un cuerpo que avergonzaría a Pampita, no anda con vueltas, y me propone que por dos billetes de 50 vayamos a un lugar íntimo. Creo que lo mejor es evitar confusiones, por lo que me apresuro en decir quien soy y el objetivo periodístico que persigo. Karina, la exuberante, Ayelén, la hiperkinética y Jazmín, la de ojos tristes, se ríen al unísono. “Peladito, hasta ahora no hemos violado a ningún hombre. Si lo único que querés es charlar, entonces paganos una cerveza y hablemos”, me susurra la de mirada romántica.
Dos horas después, llegó a la conclusión que son tan peligrosas para la sociedad como los tiburones blancos en la puna.
Decidieron abandonar la masculinidad, reconocen que no son mujeres, defienden su modo de vida. Saben que sus parejas ocasionales o duraderas son y serán, en el mejor de los casos, bisexuales, asumidos o no, sino de lo contrario otros travestis. No les atraen los gays aunque sí las lesbianas. Y terminan aceptando que las libertades que tanto les costaron y les continúan costando, les impiden en su totalidad la plenitud de gozar la vida que eligieron: como todos, ser felices.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Un lugar conocido



Con mucho cuidado dobló las medias de él, las de hilo, sobre el montón de ropa interior que ya había planchado. Nunca como antes sintió que en cada prenda dejaba un poco de vida. Cuando su esposo, el doctor Floresta, entró al dormitorio, ni siquiera la miró, como tantas otras veces. Ya estaba acostumbrada a esa indiferencia que al comienzo había sentido cruel. Desde hace más de un año atrás comenzó a sufrir su desinterés hacia ella. Poco a poco fue adaptándose, escuchando en su corazón sereno los aullidos del dolor impotente que le entregaba aquel silencioso desprecio.Al principio, fueron las mentiras, las humillaciones, los reclamos, las discusiones. También desde el comienzo las cachetadas fueron brutales. ¿En que momento ella aceptó la perversidad de ese juego donde siempre perdió?. Fueron los reclamos por desatenciones, sus llegadas tarde. La mirada molesta de él. Las preguntas que le hacía acerca de otras mujeres. O sobre lo que ella hacía mal. Los suspiros impacientes de él. Sus lágrimas, que le brotaban de tonta que era, lo reconocía, y la espalda suya, dejando el perfume que a ellas, lo intuía, mareaba con dulzura. Entonces Gabriela, sintiendo que lo perdía otro poco, otro día, intentó abrazarlo desde atrás. El doctor se volvió para cachetearla y se marchó.Fuera de los dos hijos, hace nueve y dos años atrás, ya nada recibía de él. Excepto la carta aquella donde le pidió el divorcioPor eso doblaba sus medias, y cuando su marido entró al dormitorio y ni siquiera la miró, ya no sintió las viejas humillaciones.Algo extraño debe haber percibido Floresta en su esposa que le preguntó que estaba haciendo con su ropa.Le contestó, con su voz suave de siempre pero con una desconocida firmeza, "quiero que te vayas de mi casa".El abogado la miró por primera vez sorprendido. "No te voy a dar el divorcio, pero tampoco acepto que continués viviendo en la casa de mis papis", sostuvo manteniéndole la mirada.Quiso decir que era el hogar de la familia que había buscado, la de sus hijos, que no le pediría nada, pero que se quedaría con los niños, la casa, y el matrimonio. Él le reventó el labio inferior de una trompada.En cierto modo ella esperaba el golpe, pero ya se había prevenido de que luego podía perdonarlo. También albergaba la esperanza de que ante un anuncio tan drástico, él le suplicaría la reconciliación y el amor renacería del infierno.Cuando sintió el otro golpe que la dejó mirándole con un solo ojo, se convenció de que era más de lo mismo. Antes que él le continúe pegando le pidió ir a discutir el divorcio. Era lo único que él le había aceptado en tantos años: no le pegaría delante de sus hijos.Tuvo miedo, pero se dijo que después de las seguras trompadas, ella se quedaría con las heridas y la nostalgia. Pero al menos serían los últimos golpes.Volvió a sentir miedo dentro de la camioneta. Para calmar el dolor o los miedos, ella aceptó la botella de whisky que su esposo sacó de la guantera.. Ya estaba mareada por el licor cuando llegaron hasta el costado del puente. Apenas tuvo tiempo de pisar la orilla del bravo río crecido. Su marido le reventó la nariz de una cachetada. Cayó al barro aguado, sintió las patadas en la cara, en los pechos; quiso decirle que podían hablar, pero la sangre no la dejó soltar ni un lamento. Desapareció el dolor y el miedo; sintió que lo amaba, que le odiaba, que se moría. Y que sus hijos y el río la abrazaban para siempre.

viernes, 28 de noviembre de 2008


“¿Cómo hacen para desalentarnos? ¿Cómo logran que dejemos de creer en nuestras oportunidades como sociedad? Nos crean inseguridad. Nos meten miedo. Porque saben que con eso nos pueden convencer de aceptar el precio de esta nueva etapa “Hood Robin” que se avizora. Y no sólo eso: vacían de cualidades todo aquello que forma nuestro capital simbólico, castigando a sus representantes. Entonces convierten lo virtuoso en sospechoso. Lo digno en pasible de ser sobornado.”

Fragmento de la editorial de la revista argentina Veintitres, firmada por Roberto Caballero, del 5 de noviembre de 2008.
El texto se refiere al ataque a los artistas populares hecho por la revista Noticias, la que acusó a Mercedes Sosa, León Gieco y Peteco Carabajal, entre otros, de ser agentes culturales comprados por el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.

La fundación Mediterránea, una organización de economistas que se hizo conocida merced a que uno de sus fundadores fue el ex funcionario de la dictadura y ex ministro de Economía de los ex presidentes Carlos Menem y Fernando de la Rúa, dió a conocer públicamente el lunes 24 de noviembre que los ahorros personales de los argentinos ascienden a 20 mil millones de dólares.
Esto equivale que algunos argentinos –Meditarranea no informa cuantos son y mucho menos quienes- que no deben ser muchos, por lo que vamos a suponer que serán alrededor de 10 mil personas, tienen el equivalente a casi la mitad de las reservas monetarias del Banco Central de la República Argentina.
Si esa abultada cifra en dólares (20.000.000.000) se repartiera en los 40.000.000 de habitantes que, a groso modo, se supone que tiene la Argentina, a cada persona, mujer, hombre, niño, joven, indígena, pobre o rica, le tocarían en suerte 500 dólares, unos 1.675 pesos. Una fortuna para el 30 por ciento de la población de éste rico país que sobrevive con menos de mil pesos mensuales.
La suposición fantasiosa obedece a que llama la atención que tantísima plata, mayor que las reservas monetarias de más de la mitad de los países pobres del mundo, la tengan tan pocas personas. Y lo asombroso, pero real, fuera de las suposiciones, es que la preocupación de algunos diarios y periodistas radica en las buenas razones que asisten a estos dueños de inmenso capital los cuales no sólo poseen dinero ocioso sino que lo usan para comprar dólares. Y que se cagen en el resto de los argentinos, mientras putean al gobierno “populista”.

lunes, 24 de noviembre de 2008


A los costados

A un costado éste niño espera
sonriente
y al otro un espléndido vicio seduce
encantador
Las luces a lo lejos frías
gritan soledades sin remordimientos
mientras tus palabras ausentes acumulan
puentes débiles para este silencio
el cual sólo mira quieto y se aleja
Mi niño duerme
con las bolitas y los autitos amontonados
en el bolsillo del alma perdida
ante el corazón deshabitado


Os lados

De um lado esta criança espera
sorridente
e do outro um esplêndido vício seduz
encantador.
As luzes longe frias
gritam solidões sem remorsos
enquanto tuas palavras ausentes acumulam
frágeis pontes para este silêncio
que apenas lhe mira quieto
e se distancia.
Minha criança dorme
com bolinhas e os autitos amontoados
no pequeno bolso da alma perdida
frente ao coração desabitado.

(traducción de Tania Mara Cruz, Florianópolis, Brasil)
Cualquier palabra que diga podrás usarla en mi contra antes cuando aún los besos nos desbordan sin motivos precisamente los labios abiertos silenciosos anhelantes hacían innecesarios los argumentos estos que ahora soltados o explotando dentro de la sangre fueron cotidianas torpezas mutuas eliminando aquellos besos aún

lunes, 17 de noviembre de 2008


Usted no lo sabe, pero depende de ellos.
Artículo del escritor español Arturo Pérez-Reverte,publicado en 'El Semanal' el 15 de noviembre de 1998
Usted no los conoce ni se los cruzará en su vida, pero esos hijos de la gran puta tienen en las manos, en la agenda electrónica, en la tecla antro del computador, su futuro y el de sus hijos.Usted no sabe qué cara tienen, pero son ellos quienes lo van a mandar alparo en nombre de un tres punto siete, o un índice de probabilidad delcero coma cero cuatro.Usted no tiene nada que ver con esos fulanos porque es empleado de unaferretería o cajera de Pryca, y ellos estudiaron en Harvard e hicieron unmáster en Tokio, o al revés, van por las mañanas a la Bolsa de Madrid o ala de Wall Street, y dicen en inglés cosas como long-term capitalmanagement , y hablan de fondos de alto riesgo, de acuerdos multilateralesde inversión y de neoliberalismo económico salvaje, como quien comenta elpartido del domingo.Usted no los conoce ni en pintura, pero esos conductores suicidas quecirculan a doscientos por hora en un furgón cargado de dinero van aatropellarlo el día menos pensado, y ni siquiera le quedará el consuelo deir en la silla de ruedas con una recortada a volarles los huevos, porqueno tienen rostro público, pese a ser reputados analistas, tiburones de lasfinanzas, prestigiosos expertos en el dinero de otros. Tan expertos quesiempre terminan por hacerlo suyo. Porque siempre ganan ellos, cuandoganan; y nunca pierden ellos, cuando pierden.No crean riqueza, sino que especulan. Lanzan al mundo combinacionesfastuosas de economía financiera que nada tienen que ver con la economíaproductiva. Alzan castillos de naipes y los garantizan con espejismos ycon humo, y los poderosos de la Tierra pierden el culo por darles coba ysubirse al carro.Esto no puede fallar, dicen. Aquí nadie va a perder. El riesgo es mínimo.Los avalan premios Nóbel de Economía, periodistas financieros deprestigio, grupos internacionales con siglas de reconocida solvencia.Y entonces el presidente del banco transeuropeo tal, y el presidente de launión de bancos helvéticos, y el capitoste del banco latinoamericano, y elconsorcio euroasiático, y la madre que los parió a todos, se embarcan conalegría en la aventura, meten viruta por un tubo, y luego se sientan aesperar ese pelotazo que los va a forrar aún más a todos ellos y a susrepresentados.Y en cuanto sale bien la primera operación ya están arriesgando más en lasegunda, que el chollo es el chollo, e intereses de un tropecientos porciento no se encuentran todos los días. Y aunque ese espejismo especuladornada tiene que ver con la economía real, con la vida de cada día de lagente en la calle, todo es euforia, y palmaditas en la espalda, y hastaentidades bancarias oficiales comprometen sus reservas de divisas. Y esto,señores, es Jauja.Y de pronto resulta que no. De pronto resulta que el invento tenía susfallos, y que lo de alto riesgo no era una frase sino exactamente eso:alto riesgo de verdad.Y entonces todo el tinglado se va a tomar por el saco. Y esos fondosespeciales, peligrosos, que cada vez tienen más peso en la economíamundial, muestran su lado negro. Y entonces, ¡oh, prodigio!, mientras quelos beneficios eran para los tiburones que controlaban el cotarro y paralos que especulaban con dinero de otros, resulta que las pérdidas, no.Las pérdidas, el mordisco financiero, el pago de los errores de esospijolandios que juegan con la economía internacional como si jugaran alMonopoly, recaen directamente sobre las espaldas de todos nosotros.Entonces resulta que mientras el beneficio era privado, los errores soncolectivos, y las pérdidas hay que socializarlas, acudiendo con medidas deemergencia y con fondos de salvación para evitar efectos dominó y chichisde la Bernarda.. Y esa solidaridad, imprescindible para salvar laestabilidad mundial, la paga con su pellejo, con sus ahorros, y a vecescon su puesto de trabajo, Mariano Pérez Sánchez, de profesión empleado decomercio, y los millones de infelices Marianos que a lo largo y ancho delmundo se levantan cada día a las seis de la mañana para ganarse la vida.Eso es lo que viene, me temo. Nadie perdonará un duro de la deuda externade países pobres, pero nunca faltarán fondos para tapar agujeros deespeculadores y canallas que juegan a la ruleta rusa en cabeza ajena.Así que podemos ir amarrándonos los machos. Ése es el panorama que losamos de la economía mundial nos deparan, con el cuento de tantoneoliberalismo económico y tanta mierda, de tanta especulación y de tantapoca vergüenza.

martes, 11 de noviembre de 2008


“En aquellos días de odio y amor confundidos fuimos maravillosos mendigos, caminantes sabios como niños y adultos torpes en nuestros tropiezos. Casi como ustedes. Deben continuar, caminando y orando a Dios, cuidándose, entre ustedes, del Mentiroso. Sigan. Los amo, como mi Padre, y Jesús y el Buen Espíritu. En esas lágrimas, Claudio, Enrique, Yo vivo. Yo Soy. Mateo, 23.3-13.”.
Pese a la débil luz de la vela, Enrique terminó de leer el papel que su amigo Claudio, en estado de trance, había escrito casi sin respirar con una birome ordinaria. Ambos se miraron sin decirse nada; luego, temblando, sonrientes, llorando, los jóvenes se abrazaron.
Habían superado las desconfianzas mutuas como también la incredulidad inicial ante los insólitos y conmovedores mensajes espirituales, como les llamaron, al convencerse que ninguno de ellos podía escribir tan rápidamente, con tal estilo y con una precisión en la indicación de los textos de la Biblia que ambos desconocían.
La fuente de los mensajes se había identificado, tres semanas atrás, como Mario. Dijo, mediante las palabras transmitidas a Claudio, que había sido un guerrillero montonero, fusilado en la cárcel clandestina de La Perla, Córdoba, el 30 de junio de 1976.
Las revelaciones sobrenaturales habían comenzado una noche de abril de 1987 en el lujoso departamento de Mariela, con el juego de la copa. Esta era la versión sencilla de la tabla Ouija, y la novedad la había llevado Enrique, con la intención de atraer la atención de la bonita rubia de 18 años.
Luego de haber puesto en un círculo de cuarenta centímetros de diámetro las letras del abecedario, y enfrentadas las palabras si y no, Enrique exigió, con impostada gravedad, una copa “de cristal legítimo”, dos velas y silencio total. Esto último fue más complicado lograrlo, pues además de la dueña de casa se encontraban dos amigas de su pueblo natal, Villa María, Carla y Florencia, tan preciosas y frívolas como ella, y una compañera del primer año de Filosofía, María de los Angeles, morocha de ojos verdes, cuerpo pecaminoso y lengua cruel. Excepto ésta última, que observaba el despliegue con sorna, las demás se encontraban excitadas ante la posibilidad imaginada de conocer el futuro y respuestas a sus inquietudes afectivas.
Alrededor de la mesa de roble lustrado, el círculo de letras y la copa se ubicaron Enrique, Claudio, Mariela y Carla. Todos apoyaron suavemente sus índices sobre la base del cristal.
- ¿Hay alguien aquí? – preguntó con voz grave y solemne Enrique.
El silencio y la tensión crecieron durante largos segundos; luego, suave y lentamente al comienzo, la copa se desplazó independiente de los cuatro índices apoyados apenas sobre su base invertida.
- Yo Soy quien habita la cueva de los sueños, donde los lobos y los zorros quedan fuera.
Todos los presentes empalidecieron.
Las chicas se recuperaron rápidamente e iniciaron, al mismo tiempo, preguntas acerca de sus esperanzas amorosas con varones varios y resultados de sus carreras universitarias. La copa no se movió hasta que de pronto salió, como si poseyera energía propia, proyectada hacia una pared, en donde se hizo trizas.
Una semana después, Enrique y Claudio se acomodaron alrededor de una mesa humilde en el pequeño departamento que albergaba Enrique, al fondo de la casa de su abuela, en el barrio Alberdi. A falta de copa, colocaron, dado vuelta, un pequeño vaso de vidrio.
- Yo Soy y hablo desde la eternidad, donde vida y muerte ya no son. No merodeen las sobras que les dejan. Ustedes deben andar para escuchar al Padre. Resuciten. Yo soy. 1 Corintios, 13.
Unos meses después, tras varios encuentros sobrenaturales conmocionantes, los amigos salieron a viajar. Dos años anduvieron entre, mates, pueblos, presidentes, cartas, romances, dolores de la patria y desencuentros.

Sus búsquedas continúan. Fueron jóvenes algo atorrantes, mucho más idealistas; farsantes y capaces de enfrentar al Ejercito por el amigo; lloraban por una señorita que los postergaba y condujeron una procesión religiosa para lograr comer a la noche y de paso entender a Dios.
Aprendieron que la vida comienza en las circunstancias, desde las flaquezas, cada día y minuto. Y que todos eran comunes y divinos.

lunes, 10 de noviembre de 2008


Hoy reencontré a un viejo amigo, perdido hace 16 años, Ernesto se llama. También hoy encontré una amiga, Lucía, de Nigeria. Bonita y dulce. Algo raro pasó hoy. Si las coincidencias no existen, ¿qué misterios encierran estos encuentros?.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Noches frías

para permitirte dormir con tu deseo
me cambié de lugar supuse que tu deseo
debía dormir con vos la noche
se hace fría y persiste en tus piernas
a mi me hace calor
con tanta preocupación durmiendo al lado
deberíamos cambiar el colchón
los anhelos
deberíamos estar al lado del mismo sueño
deberías abrigarte un poco más
pues tu anhelo no te cubre
y estás durmiendo destapada
De mi.

Una mujer puede herirme más hondo que un olvido
inesperada mordedura de perro manso
ahogo de vino filoso
angustia trasnochada
Apenas te miro cuando apareces
dorada caricia sobre verdes distantes
Y cada sol me oscurece
en estas plenitudes despojadas.

Después del cielo


Después del cielo

La hora esperada nunca llega como esperamos,
del mismo modo que perdemos figuritas raras,
como se nos amontonan hojas muertas
en nuestras esquinas quietas.
¿Esta nostalgia sentirán después del cielo
los pájaros cuando llegan a su nido?
El olvido es apenas
Un niño desengañado.

Darío Alberto Illanes