jueves, 12 de febrero de 2009


15 de muerte


Esteban se sentó frente a los jueces y sonrió, bajando la mirada. Quienes lo conocían sabían que estaba asustado. Muy pocas veces sonreía sino era para burlarse, mirando fijamente a los ojos de la víctima ocasional de sus bromas crueles. También era la primera vez que lo veían vistiendo saco y corbata. Estas fueron las únicas sorpresas. Delante del tribunal que juzgaba al hombre que había matado de un balazo en la cara a Luis, de quince años, Esteban, sin pudor ni titubeos, reiteró la misma historia que había contado cinco años atrás, cuando el tenía16 años. La historia que inventó para su conveniencia y que obligó a sus cómplices de aquella noche a repetir. Una historia donde todos conocían el final, fatal, pero que sólo Luis y Esteban conocían en sus detalles. Una historia falsa.
Los padres de Luis, Carlos y María, eran vecinos de los padres de Antonella, Carlina y Lucía, de 19, 16 y 14 años. Según Alejandra, esposa de Antonio y madre de las chicas, después de la tercer hija habían dejado de buscar el varón, y las nenas, como decía ella, desde niñitas habían convertido al hombre de la casa en un héroe: alto, enérgico, apuesto a sus cuarenta y dos años, mirada recia y tierno como un cachorrito de perro Labrador cuando jugaba con sus hijas. Antonio, frustrado aviador militar que dejó la Escuela de Aviación un año antes de recibir el grado debido al embarazo de su novia de 16 años, justificaba sus ternuras familiares diciendo que además del honor la sangre obligaba: “A mi mujer nunca le regalé rosas ni anduve con ella de la mano por la calle; esas mariconadas pueden volverse en tu contra si la pareja, hombre y mujer unidos por el azar, se separan. En cambio, mis hijas y yo estaremos juntos hasta la muerte. Con ellas el cariño no es flojera sino formación de sus templanzas”. Naturalmente, con ellas era posesivo y celoso. La mayor, estudiante brillante en el segundo año de la carrera de Abogacía en la Universidad Católica, luego de un año de súplicas a su padre, había logrado que el joven del cual estaba enamorada la visitase los sábados a la tarde en su casa. Otros encuentros eran imposibles pues su padre la llevaba y traía desde los claustros, tenía prohibido los bailes o salida con amigos y cualquier actividad social debía realizarla en la casa paterna. El problema para todos, padres, mujercitas, amistades y pretendientes radicaba en que las tres muchachas eran preciosas.
Antonio se había convertido en el hombre más odiado por los muchachos que conocían de algún modo a sus bellas hijas. Los chicos tenían entre 14 y 24 años, contando entre estos a vecinos, compañeros de escuela, facultad, institutos de dibujo, inglés, danzas clásicas e incluso primos. El más benévolo de ellos puteaba al jefe de familia en silencio; la mayoría quería verlo muerto, pero ninguno se atrevía a desafiarlo.
A fines de julio, llegó un cartero a la casa de los padres de Luis llevando un sobre rosa. En primorosa letra románica hecha a mano el remitente decía “Lucía”. Era la invitación a su cumpleaños de quince, en su casa.

(continúa)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Espero seguir leyendo

Luiso dijo...

Che, que toma Alana? yo quiero lo mismo...