domingo, 12 de julio de 2009

Homenajeados

Al anochecer del día que llegaron a Comandante Perdido, los dos jóvenes forasteros fueron invitados a un asado, el cual haría el cura Pedro y asistirían tres familias. Las dos chicas deseadas por los mochileros estarían allí, averiguó Enrique.
La cena sería en la casa parroquial, que en su amplio fondo disponía de un quincho techado con parrilla y dos mesas de robusta madera para doce personas cada una. Claudio se ofreció para hacer el fuego y asar la carne, pero el cura lo detuvo.
- Ustedes dos están invitados, así que, disfruten. Además, tienen que conocer como hacemos los asados nosotros – sonrió.
- Bueno, Padre; pero si hay algo que necesite, diganos, pues no queremos parecer unos vagos cómodos – advirtió Enrique.
- ¿Saben que me gustaría?
- Diga nomás – contestó Claudio.
- Que se vayan a la pieza donde van a dormir y preparen los temas que van a cantar con la guitarra. ¡De esa no se salvan!– aseguró.
Ambos marcharon al cómodo cuarto que les habían preparado. Claudio sacó de la funda su vieja guitarra y comenzó a afinarla. Ernesto se recostó en la cama, pensativo.
- Che, ¿a vos no te asusta tanta amabilidad?, le preguntó a su amigo.
- La verdad, no. Sospecho que en algún momento nos drogarán y luego seremos víctimas de algún ritual satánico, pero hasta tanto la pasaremos bien; en esas prácticas siempre hay doncellas que se ofrecen a los consagrados, que somos nosotros, así que después de tanta sequía sexual, mal no nos va a venir...
Se rieron y ensayaron algunos temas. A juicio de Claudio, debían cantar folclore, sin nada de canciones para militantes de izquierda o poemas músicales. “Nos portemos bien. No asustemos a nadie”, fue la consigna que se impusieron.
Las dos mesas fueron insuficientes. Alrededor de cincuenta personas se distribuían por el quincho y el fondo de la casa. Entre todos se distinguían, para los changos, Rebeca y Marcela. Ernesto se arrimó a la primera, aunque su amiga no se le despegaba. Claudio fijó su mirada en la enigmática Rebeca, quien esbozó una tenue mueca que pareció una sonrisa. Y regresó a charlar con mujeres mayores. El cura, con ayuda del padre de las hermanas y Rómulo, comenzaron a sacar la carne de las brasas. Parecía una fiesta de fin de año o un casamiento, por la cantidad de comida y comensales. Pese a que los recién llegados comieron como hambrientos, a nadie le faltó nada. Cuando todos parecían satisfechos y unos pocos, entre ellos los mochileros, masticaban ya con desgano, el sacerdote pidió silencio y alzó su vaso de vino.
- El primer milagro que hizo Jesús, cuando pocos conocían que era hombre pero hijo de Dios, fue en una fiesta, en un casamiento. Todos sabemos, algunos más que otros lo sufren – y miró pícaramente a algunos hombres a su alrededor – lo que significa que en el medio del festejo se acabe el vino. Jesús compartía esa alegría y notó esa falta; entonces transformó el agua que había en los recipientes en el licor de la uva. Nosotros hoy compartimos una fiesta. Hemos bendecido la comida que el buen Dios nos dio. Ahora vamos a brindar por el motivo de esta reunión: Enrique y Claudio están con nosotros. ¡Salud!
Ambos se miraron asombrados y la sangre inundó sus rostros.

No hay comentarios: